Nuevas investigaciones están demostrando que algunos químicos comunes que nos rodean por todas partes pueden ser hasta más dañinos de lo que se había pensado. Parece que pueden dañarnos en formas que se transmiten de generación en generación, poniéndonos en peligro no sólo a nosotros, sino también a nuestros descendientes.
No obstante, siguiendo el guión que usaron las grandes tabacaleras hace una generación, las grandes compañías de químicos han bloqueado, hasta la fecha, cualquier normativa seria sobre estos interruptores endócrinos, así llamados porque causan estragos en las hormonas del sistema endócrino del organismo.
Uno de los más comunes y alarmantes es el bisfenol-A, mejor conocido como BPA. El fracaso para normar su uso significa que es inevitable. El BPA se encuentra en todo, desde plásticos hasta alimentos enlatados y los recibos de los cajeros automáticos. Más de 90 por ciento de los estadounidenses lo tienen en la orina.
Aun antes de la investigación más reciente que muestra los efectos multigeneracionales, los estudios habían relacionado al BPA con el cáncer de mama y la diabetes, así como con hiperactividad, agresión y depresión en niños.
Quizá parezca sorprendente leer en un periódico una columna sobre la seguridad química porque no se trata de un problema presente en las campañas presidenciales, ni siquiera que esté firme en la agenda nacional. No es el tipo de cosa a la cual nosotros, en los medios informativos, le demos gran cobertura.
No obstante, aumenta la evidencia de que son amenazas significativas, del tipo contra el que, sin intermisión, Washington no protege a los estadounidenses. El reto es que implican hacer ciencia compleja, así como incertidumbre considerable, y que las compañías químicas – como las tabacaleras antes que ellas – creen incentivos financieros para alentar a los políticos a mirar los toros desde la barrera. Así es que no pasa nada.
No obstante, aunque la industria ha podido, hasta ahora, bloquear amplios límites nacionales a los BPA, es posible que con los nuevos hallazgos sobre los efectos transgeneracionales finalmente se pueda hacer mella en las campañas de cabildeo de las grandes compañías químicas.
Un buen signo: a finales de julio, un comité senatorial, por primera vez, aprobó una ley sobre sustancias químicas seguras, un hito legislativo, presentada por el senador demócrata por Nueva Jersey, Frank Lautenberg, con la cual se empezaría a normar la seguridad de los químicos.
La evidencia de los efectos transgeneracionales de los interruptores endócrinos ha aumentado en media docena de años, pero implicaba, en gran medida, dosis más elevadas con las cuales se toparían típicamente los humanos.
Now Endocrinology, una revista reseñada por pares, publicó un estudio en el cual se mide el impacto de dosis bajas de BPA. Es devastador para la industria química.c
Se expuso a ratonas preñadas al BPA en dosis análogas a las que es típico que reciban los humanos. La descendencia fue menos sociable que los ratones de control (se emplearon mediciones usadas para evaluar un aspecto del autismo en humanos), y también fueron evidentes diversos efectos en las siguientes tres generaciones de ratones.
Al parecer, el BPA interfirió con la forma en la que los animales procesaban hormonas como oxitocina y vasopresina, que afectan la confianza y los sentimientos de calidez. Y, aunque los ratones no son humanos, la investigación de su comportamiento es una forma estándar para evaluar fármacos nuevos o para medir el impacto de los químicos.
“Es de miedo”, dijo Jennifer T. Wolstenholme, investigadora de posgrado en la Universidad de Virginia y principal autora del informe. Dijo que los investigadores encontraron comportamientos en ratones expuestos al BPA y en sus descendientes que podrían ser un paralelismo del espectro en el trastorno por autismo o del trastorno por déficit de atención en los humanos.
Emilie Rissman, una coautora y profesora de Bioquímica y Genética Molecular en la Escuela de Medicina de la Universidad de Virginia, notó que el BPA no causa mutaciones en el ADN. Más bien, el impacto es “epigenético” – uno de los conceptos de moda en la biología hoy día – que significa que los cambios se transmiten no vía el ADN, sino afectando la forma en la que los genes se encienden y se apagan.
En efecto, se parece en algo a la evolución mediante la transmisión de características adquiridas – la teoría de Jean Baptiste Lamarck, el científico del siglo XIX, de quien se hacen burlas en las clases de ciencias de la secundaria, como un complemento de Charles Darwin. Lamarck vive en la epigenética.
“Estos resultados a dosis bajas profundizan las inquietudes sobre los interruptores endócrinos”, dijo John Peterson Myers, el principal científico en Ciencias de la Salud y Ambientales. “Va a ser más difícil que sólo eliminar la exposición de una generación”.
Los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos están suficientemente preocupados como para esperar hacer una prioridad de los impactos transgeneracionales de los interruptores endócrinos para el financiamiento de la investigación, de acuerdo con una portavoz, Robin Mackar.
Como muchos estadounidenses, yo solía ser escéptico de los riesgos de los químicos como los interruptores endócrinos que nos rodean. ¿Qué podría ser más seguro que la comida enlatada? Me imaginé que la oposición provenía de los luditas que abrazan árboles, predispuestos a las teorías de la conspiración.
No obstante, hace unos cuantos años, empecé a leer artículos publicados en revistas revisadas por pares y fue obvio que los toxicólogos, endocrinólogos, urólogos y pediatras lideran la oposición a los interruptores endócrinos. Se trata de científicos serios, pero no es frecuente que los escuchen los políticos o periodistas.
Espero que estos estudios nuevos puedan ayudar a lanzar el tema a la escena nacional. Es necesario resolver las amenazas en contra nuestra, aun si no provienen de armamento nuclear iraní, sino de cosas tan banales como una sopa enlatada o los recibos de los cajeros automáticos.
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