Los términos nanociencia y nanotecnología hicieron una discreta aparición hace dos décadas.
Estos nuevos conceptos deben mucho a la invención revolucionaria del primer microscopio de barrera libre (en inglés STM, Scanning Tunnel Microscope). Esta innovación ha sido la primera en el desarrollo de las tecnologías capaces de actuar a escala nanoscópica, del orden de la mil millonésima parte de metro o nanómetro, lo que representa ochenta milésimas del grosor de un cabello humano, y supone la manipulación directa de los átomos.
Esta proeza de dos físicos: el alemán Gerd Binnig y el suizo Heinrich Röher, a quienes se le otorgó el premio Nobel en 1986, sellaba un impresionante acercamiento entre el mundo de la investigación fundamental (en el punto extremo de la exploración de la materia) y la posibilidad de desarrollar un formidable campo de aplicaciones cuyos límites no dejan de ampliarse.
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