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Insectos y obesidad
La dieta de algunos insectos, rica en proteínas y pobre en carbohidratos, les permite funcionar con un metabolismo azucarado de baja intensidad
Por Jordi Montaner
Los insectos llevan en estos pagos muchos más años que nosotros y su adaptación a las circunstancias parece modélica. Por más que hagan gala de un apetito voraz, no engordan ni padecen trastornos metabólicos. Los científicos empiezan a preguntarse por qué y creen que ya ha llegado la hora de que aprendamos de los insectos, no sólo de su comportamiento y biología para identificar las claves contra la obesidad sino porque constituyen, por sí mismos, un remedio.Spencer Behmer, entomólogo de
Un sistema biológico de ahorro, en el que la insulina desempeña un papel esencial, escatimaba cada porción dispensable de azúcar hacia un almacén adiposo con el que poder funcionar en etapas de carestía. Se trata de un proceder común entre los mamíferos, de los osos a las marmotas. Behmer considera que la industria alimenticia proporciona hoy fuentes directas de hidratos de carbono que nos ponen a la altura de los insectos, aunque con un cuerpo no preparado para algo tan dulce. «Si fuéramos capaces, como los insectos, de adaptarnos tanto a los periodos de escasez como de abundancia, daríamos un paso enorme para combatir el síndrome metabólico, la obesidad o la diabetes».
El investigador tejano se puso a estudiar el metabolismo de las polillas a través de ocho generaciones seguidas de un grupo seleccionado, sometidas a situaciones extremas de hambruna y sobrealimentación.
Las polillas prefieren a Atkins
Uno de los puntos más sobresalientes de la investigación de Behmer fue descubrir que las orugas no «ahorran» azúcares en forma de grasa como nosotros, sino que basan su supervivencia en una «gestión» de los recursos disponibles. Por lo común, estos insectos prefieren siempre una dieta rica en proteínas y pobre en carbohidratos (como la ideada por el doctor Atkins), de forma que acostumbran así sus diminutos organismos a funcionar con un metabolismo azucarado de baja intensidad.
«Más aún, las polillas ponen sistemáticamente sus huevos en las plantas que contienen menos almidón, de forma que sus crías deban acostumbrarse de entrada a funcionar con menos».
Incluso cuando Behmer situó a las orugas en un medio con plantas muy ricas en almidón, siguieron escogiendo las de menor densidad para «encauzar» debidamente la supervivencia de su prole.
El entomólogo estadounidense, que ha publicado los resultados de su ensayo en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, se ha puesto en contacto con investigadores médicos de las universidades de Oxford (Reino Unido), Sidney (Australia) y Auckland (Nueva Zelanda) para conocer qué aplicabilidad puede tener esta sabiduría de insecto en la naturaleza humana.Un nuevo ámbito de estudioLa hemolinfa, el equivalente a nuestra sangre en los insectos, es hoy objeto de detallados estudios. Este viscoso fluido encierra la síntesis, deposición y entrecruzamiento molecular de proteínas, quitina, catecolaminas y lípidos. Por primera vez se estudia la síntesis y degradación del glucógeno de los insectos durante la transición larva-adulto y su correlación con el metabolismo de los lípidos glucoconjugados y las proteínas. Se ha identificado, asimismo, un nuevo metabolismo de catecolaminas en los insectos por medio de una síntesis de beta-alanil-dopamina. Los biólogos consideran que tales investigaciones pueden redundar en un mejor conocimiento de las propiedades de la quitina y el quitosano.
Del comportamiento y la biología de los insectos no sólo pueden aprenderse claves contra la obesidad, sino que los insectos constituyen por sí mismos un remedio. En México, un equipo de antropólogos ha dado con uno de los más preciados secretos para la buena salud de las poblaciones nativas prehispánicas: incluían insectos en su dieta. La llamada botana (dieta a base de insectos) constituye aún en el país mesoamericano una opción gastronómica: piojos con sal y limón, chinches al guacamole (o «caviar mexicano»), pulgones, hormigas, moscas y escarabajos.
El beneficio que los insectos aportarían al organismo no se resume sólo en su nulo aporte de colesterol, sino en la adición de componentes químicos capaces de prevenir y curar enfermedades digestivas, respiratorias, óseas, nerviosas y reumáticas. Los alimentos mágicos de las culturas indígenas mesoamericanas es el título de un estudio publicado por Octavio Paredes López y otros expertos en el que se aboga claramente por la entomofagia, «una costumbre que se practica en México desde la época prehispánica».
De hecho, en el Códice Florentino de Fray Bernardino de Sahagún, al poco del desembarco español en las Américas, se describen hasta 96 especies de insectos comestibles, que el equipo de Paredes amplía hoy a 681. Para los entomófagos sibaritas, en Ciudad de México abre todos los días un restaurante especializado en tales suculencias y bautizado con el nombre de «El Gusanito del Antojo». Sus botanas se sirven entre una variedad de entremeses, salsas y otros platos picantes. «El consumo de escamoles, chapulines, hormigas chicantanas, jumiles y caracoles se hace hoy más por morbo que por un conocimiento verdadero de su valor nutricional», se quejan los antropólogos.
Añaden que el sabor de tan diminutas piezas es casi inapreciable, y que son las texturas y aderezos los protagonistas del buen gusto. «Por lo demás ?asegura Paredes- los insectos contienen complementos nutricionales como los obtenidos a través del consumo de carne, leche y huevos». Además, se han identificado en su composición sales minerales que ayudan a regular la presión sanguínea, calcio y magnesio. «Se ha observado, incluso, que contienen cantidades importantes de vitaminas del complejo B». Algunos insectos en estado larvario proporcionan ácidos grasos poliinsaturados muy parecidos a los de los aceites vegetales y que ayudan a combatir el colesterol. «Nuestros antepasados empleaban el grillo para combatir déficit vitamínicos, las hormigas contra la fiebre y los jumiles a modo de anestésico y analgésico». Paredes recuerda, asimismo, que el veneno de las abejas se usa en distintas partes del mundo para combatir la artritis y otros reumatismos.
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