Thursday, May 07, 2015

Historia de un Alquimista

“Yo soy Hermes Trimegisto. El tres veces grande”

Era tarde en la noche y yo yacía en mi cama, no podía concebir el sueño, me costaba mucho trabajo. En mi mente transcurrían días y días de todo lo que pensaba, pero en el mundo terrenal sólo eran segundos. Las noches eran cada día más frías, tenía que buscar más cobijas para poder soportar las heladas corrientes que soplaban en las noches de Alejandría. Alejandría se había vuelto una ciudad de ignorantes, de incultos, de idiotas que sólo quieren poder; lo buscan a través de dinero, de mujeres, de política...¿Yo? Yo busco el conocimiento. Quiero saberlo todo, quiero entender el mundo y sus movimientos. Quiero que la gente me siga y que se hablen de mis proezas, que la gente sepa que yo soy Hermes Trimegisto, el tres veces grande, el conocedor, el que todo lo supo y lo sabe. ¿Cómo voy a hacer eso? Primero necesito dinero, necesito algo que me ayude a saber más. ¿A quién voy? El Rey. Él me dará acceso a todo lo que necesito.
Al fin pude dormir.
Despierto. Es temprano, el sol aún no se asoma por mi ventana ni por la ventana de nadie en Alejandría. Me paro de mi cama y camino a lavar mi cara, necesito despertar, necesito planear lo que haré. Lentamente seguí la rutina de mi día hasta que era la hora a la que el rey daba audiencias. La gente me conocía, la gente sabía quién era, mas no sabían qué iba a hacer y cómo planeo cambiar sus vidas. Caminé por las calles de Alejandría, había mucha gente, vendedores de pieles exóticas, especies traídas de confines del mundo conocido. Yo caminé hasta el palacio, un gran palacio cubierto de oro, a dónde se volteara había oro. Ahí divisé mi plan, encontré qué es lo que debería hacer y cómo compraría al rey.
QUÍMICA INORGÁNICA I !1
Oro, aurum. Material de y para Dioses, dado a los mortales (y a mí) para seducir a las masas, para tener poder sobre los demás, para aparentar algo que no somos, para poder, discretamente decir que somos un individuo que ha llegado más lejos que los demás. Oro, de su mismo dulce color, brillante, duro pero maleable, dorado, resplandeciente, portado por las mujeres más hermosas de Alejandría.
Entré al palacio. El rey estaba en su trono dorado como el amanecer, sentado, imponente, él estaba sobre todos los demás...pero no sobre mí.
Buenos días su alteza, yo soy Hermes Trimegisto y vengo con una propuesta.
Te escucho, dijo el Rey.
¿Ve usted de qué está hecho el palacio? De oro. Pero, ¿Tiene usted suficiente para bañarse en él, para cubrir hasta a sus mujeres en oro y admirarlas así? No creo.
¿A dónde quiere llegar? Replicó el rey con un tono de inconformidad.
No tiene todo el oro del mundo ni lo tendrá...dijo Hermes.
¡Sabandija idiota! Exclamó el rey, con una mirada de enojo en su rostro pero también de duda.
Antes de que me eche de aquí o me mande matar, sólo le digo, yo puedo darle todo el oro del mundo.
El rey, que estaba a punto de mandar llamar a sus guardias, se detuvo, miró a Hermes con intriga, se sentó de nuevo en su trono y le preguntó cómo podría hacerlo.
Yo puedo transformar la materia, lo que sea, en oro. Sólo necesito los recursos y su ayuda.

Todo lo que pidas se te dará. Anda, tráeme todo el oro del mundo.
QUÍMICA INORGÁNICA I !2

Hermes salió escoltado por los guardias del rey y estos lo acompañaron a todas partes de Alejandría para buscar las cosas que necesitaría para transformar la materia en oro. Caminaron y caminaron, la fortuna del rey le permitió a Hermes tener todo lo que quería. Al día siguiente Hermes se levantó.
Es algo tarde, empezamos. Pensó. Hermes se levantó y bajó a su nuevo estudio. Tomó una pieza de madera, una pieza de metal, agua y sales místicas del hombre sabio del pueblo. Tomó su equipo, ollas de metal, hornos, carbón para sobrevivir mil veranos. Puso en la olla las dos piezas, las empezó a calentar, el agua empezó a burbujear, la madera se tornó de otro color, se empezó a tornar, el metal se vio caliente, el agua empezó a desaparecer. Hermes ya imaginaba el oro, dorado, simplemente oro, nada más. La mezcla se tornó dorada un breve momento, luego desapareció, se tornó negro y café.
Hermes, pese a haber fracasado, se dio cuenta que lo había logrado, por unos breves segundos. Llegó el siguiente día. Hermes ahora, en lugar de usar una pieza de madera y una de metal, usó dos de metal, pues pensó, el oro es metálico, el exceso de metal y la madera de la naturaleza me dejará tener oro. Hizo el mismo procedimiento, calentó, el agua empezó a hervir, las burbujas salían, se percibía un aroma diferente al del otro día, parecía que había un bosque de árboles de metal en llamas. Al final hubo otro destello dorado y nada más.
Los días prosiguieron, día tras día el brillo al final aumentaba, cada vez más. Pero no podía mantenerlo el suficiente tiempo para mostrárselo al rey. Hermes siguió y siguió, todos los días. Hasta que un día el rey en persona fue a ver lo que hacía. El rey le preguntó su proceso y por qué aún no había oro.
Hermes le demostró todo, pero decidió hacer un pequeño cambio que ni su mente captó, por eso no les puedo relatar esa parte, Hermes en verdad descubrió como hacer oro, pero su idea fue tan sutil, tan tenaz que ni él mismo la captó.
La mezcla hirvió diferente, mucho antes que las veces comunes, había vapores extraños, olía a manzanas y a piel de víbora, olió a cenizas y a volcán. Parecía que había fuego en las paredes, pero el fuego era frío como el invierno. El rey asombrado de todo eso quiso ver qué había dentro de la olla. Vio dentro y se quedó ahí, sus ojos no se podían separar de los
QUÍMICA INORGÁNICA I !3

destellos brillantes del oro que se había producido, nadie más debe de ver esto, pensó. Entonces, sin pensarlo metió su mano a la olla y no sintió el más mínimo dolor cuando ésta se derritió en las horribles temperaturas que adentro había. Hermes vio sin inmutarse como el rey se disolvía lentamente, absorbido y controlado por la avaricia de tener el oro y que nadie más lo viera. Cuando el rey hubo desaparecido, Hermes se acercó a contemplar el oro. Lo vio directamente y vio mil amaneceres y mil lunas llenas, comprendió el movimiento de las estrellas y los planetas, entendió cosas que nosotros en nuestros tiempos aún no entendemos. Hermes Trimegisto, el tres veces grande, fue grande una vez más, Hermes ascendió a la bóveda celeste, impregnado con el saber de mil siglos y de mil siglos más, tanto conocimiento que él se separó de este mundo y aún camina por entre el tiempo y las cuerdas que sostienen a nuestro frágil mundo, buscando la forma de regresar y ver al mundo consumirse con su descubrimiento.
Fin 

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